sábado, 3 de diciembre de 2011

# CONJURA DE SUICIDAS #



















# CONJURA DE SUICIDAS #

Traspasé la puerta sin abrirla,
la imaginación se dilataba,
se ondulaban mis costados,
el mundo era una ola turbia
que significaba mucho más
que cuando era calmo,
por las cortinas de la habitación
un mar inquieto de tinieblas
se agitaba tormentoso
y yo, que percibía mi existencia espectral,
me hallé frente a extraños fantasmas
en su conjura de suicidas,
cada cual parecía atrapado
en sus últimos destellos,
uno gatillaba su sien,
clic, clic, clic,
el fragor resonaba ensordecedor,
aquel ente buscaba dejar de ser para siempre,
precipitaba plomo contra vida.
A su lado, el más obtuso,
robusto y a su vez esquelético
inhalaba su pausa mental,
llenaba su cabeza de polvo anestésico,
plasmaba su insatisfacción,
no podía, no quería ser
un alma lúgubre anclada
al vuelo bajo de la realidad.
El de ojos negros,
inmensos como oscuros,
tembloroso y casi obnubilado
bebía y bebía tragos largos;
ebrio, ciego y elocuente
reía con carcajadas fulgurantes,
sabía de memoria la risa temible.
Yo enloquecía, era un remolino
de imágenes y sabores,
era uno más en su reunión sombría,
cada uno explorando su muerte acontecida,
mientras, afuera, el mar bramaba encolerizado
Y el espejo me deshacía, desfiguraba mi esencia,
me decía ¿quién sos y dónde estás?
no tenía idea, no podía hilar coherencias,
tampoco hacían falta.
Allí presentí que terminaba todo,
en ese recinto fantasmal,
por eso, sin más,
me acomodé en la orquesta descerebrada,
desafiné junto a ellos,
escribí mi destino,
firmé la sentencia, el acuse de recibo,
cuando, de repente y a lo lejos,
por la ventana, veía como llegaba Caronte,
sobre los mares del viento
con su barcaza y su remo
dispuesto a portear
nuestra no existencia
al corazón del final,
al portal mismo del infierno,
que urgente,
reclamaba nuestra presencia
insustancial que, desde ya,
estaba claramente condenada.

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