martes, 5 de julio de 2016

# HASTA LA PRÓXIMA ALARMA #




# HASTA LA PRÓXIMA ALARMA #

Despertar en las manos 
de la lagaña y el rocío
no es un buen comienzo, 
la alarma me sobresalta,
me arranca de la nada, 
del confín inefable del sueño.
A partir de ahí todo 
se reproduce en cámara lenta,
la calle me empuja 
y Leonard Cohen hace 
que la lluvia sea melodiosa, 
danzante; algo así como 
una tregua pasajera entre tanto
desconcierto y tanta maquinaria.
Parece que los autos, los trenes 
y los colectivos se dirigen hacia 
un mismo sitio y se abalanzan
para llegar primero, 
quisiera no llegar a ningún lado
para volverme a dormir. 
Eso no sucede, me arrastro
hacia donde todos se arrastran 
o son arrastrados en el tembladeral 
de algún transporte casi fantasmal
y Fedor Dostoievski me salvaguarda 
del entorno. Cuando es inevitable 
permanecer atento a sus palabras,
los ojos se cierran para dar paso 
a un limbo que no puede llamarse sueño.
El mundo vuelve a encenderse
al llegar al destino obligado 
donde lo material se vuelve distante, inútil.
Y
allí
entro
en
un
coma
profundo
hasta que se cumple la hora señalada
y todo vuelve a cobrar sentido
hasta
la
próxima
alarma.