viernes, 26 de diciembre de 2014

# UNA Y OTRA VEZ #




# UNA Y OTRA VEZ #

El sueño, con su fecha de caducidad al dorso,
es sacudido con un violento despertar
y todo tiembla en el nervio de la realidad.
Me levanto, como saliendo del umbral
de lo irrisorio, lo volátil
y el mundo no alcanza las expectativas
aunque la vara este cada vez más baja.
El barrio está apaciguado,
manchado de silencio y basura,
las calles parecen de hojaldre;
crujen, se quiebran a cada paso
y ni el viento arrastra los restos.
Imagino que todas las casas están vacías,
que de repente, los habitantes
se fueron con sus sombras
y aunque no me guste el gentío
esa idea no me tranquiliza,
olvido esa tonta imagen mental
y destapo una botella,
la misma película repetida
de la historia de mi vida,
en los malos y buenos ratos,
beber es la constante,
el vuelo de la conciencia,
el ancla que se clava
en un paraje firme,
el veneno que me mata dulcemente.
Camino y no veo a nadie,
sólo un perro descansa mansamente
al borde de un portal,
le ofrezco un trago,
me lo rechaza con un bostezo.
Llego a la plaza,
la plaza de mis días de antes,
ya parece de noche aunque el sol
yace ciego entre las nubes,
si hubieran animales
creo que serían halcones peregrinos
y aves de carroña,
se debatirían en duelo continuo,
nacerían y morirían cada vez.
Ahora llueve, y el cielo
lanza un alarido con voz de tango pero
sin música, ni bailarines, ni lágrima de ron.
Cruza una dama por la vereda,
mojada pero esbelta,
marcando huellas sobre los charcos,
sonriente, pero con nostalgia
y va despacio como cargando con pesadez
los años que el tiempo le ha dado,
me mira y claro que la miro,
por fuera y por dentro,
tímido y suspicaz
como si no fuera yo a quien mira,
como si ella no fuera más que un fantasma
de diciembre en una tarde de tormenta.
Se acerca, titubeo levemente,
le ofrezco un trago,
la botella está vacía,
me lo rechaza con un bostezo;
arrojo la botella con rabia
y se estrella contra el suelo,
pero no se rompe,
ella desaparece.
Nadie me creerá esta historia,
la botella quedó intacta,
merece ser llenada
y bebida de nuevo,
una y otra vez
hasta morir dulcemente.

Dulcemente.

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