# HASTA LA PRÓXIMA ALARMA #
Despertar en las manos
de la lagaña y el rocío
no es un buen comienzo,
la alarma me sobresalta,
me arranca de la nada,
del confín inefable del sueño.
A partir de ahí todo
se reproduce en cámara lenta,
la calle me empuja
y Leonard Cohen hace
que la lluvia sea melodiosa,
danzante; algo así como
una tregua pasajera entre tanto
desconcierto y tanta maquinaria.
Parece que los autos, los trenes
y los colectivos se dirigen hacia
un mismo sitio y se abalanzan
para llegar primero,
quisiera no llegar a ningún lado
para volverme a dormir.
Eso no sucede, me arrastro
hacia donde todos se arrastran
o son arrastrados en el tembladeral
de algún transporte casi fantasmal
y Fedor Dostoievski me salvaguarda
del entorno. Cuando es inevitable
permanecer atento a sus palabras,
los ojos se cierran para dar paso
los ojos se cierran para dar paso
a un limbo que no puede llamarse sueño.
El mundo vuelve a encenderse
al llegar al destino obligado
donde lo material se vuelve distante, inútil.
Y
allí
entro
en
un
coma
profundo
hasta que se cumple la hora señalada
y todo vuelve a cobrar sentido
hasta
la
próxima
alarma.